Jesús le dijo al del brazo atrofiado:
- Levántate y ponte ahí en medio.
Y a ellos les preguntó:
- ¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o matar?
Se quedaron callados.
Echando en torno una mirada de ira y dolido de su ceguera, le dijo al hombre:
- Extiende el brazo.
Lo extendió y su brazo quedó normal.
Nada más salir de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con Jesús”
Hazte
presente a la escena. Tú entras con Jesús en la sinagoga, la sinagoga está en
un claroscuro debido a la hora del día. Enseguida os percatáis de la presencia
de este hombre enfermo, pretende esconderse y está sentado en un rincón por la
vergüenza que le produce su enfermedad. Tener un brazo atrofiado es sinónimo de
ser un pecador, un maldito de Dios. Además la enfermedad le aboca a la pobreza
pues no puede trabajar con normalidad como los demás hombres.
Jesús ve el
sufrimiento de este hombre, se compadece y lo único que quiere es curarlo,
liberarlo de ese mal y del rechazo
social que le acarrea. Pero como siempre los fariseos, de corazón endurecido, hubiesen preferido que este hombre no estuviera presente en
la asamblea, pues lo más importante para ellos es cumplir la Ley. Pero Jesús
pone en el centro al hombre sufriente, no a la ley.
Jesús libera
a este hombre.
-
Mira
la escena ¿qué sientes en tu interior? ¿Podrías identificarte con este enfermo?
¿Sientes tú también vergüenza por alguna faceta de tu vida que desearías
borrar? ¿Reconoces parálisis o atrofias en tu vida de creyente? Jesús quiere
liberarte- ¿Crees que hay en ti dureza de corazón? ¿Te dejas, tal vez, arrastrar por el perfeccionismo, por el cumplimiento de las normas que te da seguridad?
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